
"La ONU -dijo al inicio de su discurso-, por su naturaleza y su misión, debería ser una escuela de paz. Aquí se debería aprender a pensar y a actuar siempre teniendo en cuenta las aspiraciones y los intereses legítimos de todos". Los países miembros, continuó, "deben esforzarse por superar la simple lógica de las relaciones de fuerza y emplazarla por la fuerza del derecho y la sabiduría de los pueblos, convirtiéndose así en "artesanos de paz".
El purpurado puso de relieve que "en esta tarea exigente, los creyentes y sus comunidades ocupan su lugar y tienen un papel que jugar. Las religiones, a pesar de las debilidades y contradicciones de sus miembros, son mensajeras de reconciliación y de paz".
Tras subrayar que los creyentes deben ser "coherentes y creíbles", el cardenal Tauran afirmó que "no pueden usar la religión para menospreciar la libertad de conciencia, para justificar la violencia, para extender el odio y el fanatismo o para minar la autonomía de lo político y de lo religioso".
"Por otra parte -continuó-, los creyentes, al participar en el diálogo público en las sociedades en las que son miembros, se sienten llamados a cooperar a la promoción del bien común que descansa sobre un pedestal de valores comunes a todos, creyentes y no creyentes: la sacralidad de la vida, la dignidad de la persona humana, el respeto de la libertad de conciencia y de religión, la práctica de la libertad responsable, la acogida de las opiniones en su diversidad, el uso justo de la razón, el aprecio de la vida democrática, la atención a los recursos naturales, por citar unos algunos".
"Nosotros, todos juntos -concluyó-, sin renunciar a nuestros rasgos culturales y religiosos, podemos trazar la vía de un mundo más seguro y más solidario! No nos quedemos en la simple tolerancia y en los compromisos vagos! Hagamos de la fraternidad una realidad más que un ideal!".
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